por Manuel Ignacio Moyano
…el
cuerpo penetrable debe ser un cuerpo continuo. Un trozo de verdad,
calienta.
O. Lamborghini, Las hijas de Hegel
I. En 1916, Walter Benjamin escribía Sobre el lenguaje en general y sobre el
lenguaje de los hombres, uno de sus más abigarrados
ensayos dedicados a pensar el lenguaje y lo hacía precisamente contra lo que denominaba
“la concepción burguesa de la lengua.” Según ésta, la lengua sería un
instrumento a través del cual se
transmitirían contenidos en forma de “mensajes” desde un emisor hacia un
destinatario. Contra esta concepción instrumentalista, sea “progre” o “conservadora”,
Benjamin asumía que la lengua en cuanto tal no era sino la esencia espiritual
de todas las cosas. Pues “es esencial a toda cosa comunicar su propio contenido
espiritual.” Para él, en esto consistía la lengua general, en la esencia
espiritual que cada cosa busca comunicar. Lo importante es que ella no se comunica
a través de la lengua, sino en la lengua: comunica tan solo su
propia “comunicabilidad”, su propio ser-lingüístico. Es, por lo tanto, una
lengua que se dice a sí misma y para sí misma. No hay mensajes, no hay emisores
ni destinatarios. Es un puro lenguaje.
Es la esencia de las cosas y de los cuerpos. Ahora bien, ¿cómo participa el
hombre en esa lengua general? La respuesta benjaminiana es contundente: en el
nombre. “Nombrar las cosas” es la esencia lingüística de los hombres. Y con esta
praxis alcanza el lenguaje general
del que están hechas las cosas.
Contrariamente a las hipótesis que ven en la
capacidad nominativa un acto de dominación, Benjamin entiende que en el nombre
hay una receptividad para lo
innominado. Esto es, una capacidad para ser penetrado por ese lenguaje
extra-humano (el de las cosas). Y por esto, una capacidad para traducir en un nombre ese lenguaje
general que constituye el espíritu mismo de las cosas. Por esta razón, para el
alemán, nombrar es una forma de restituir al mundo una lengua paradisíaca, la
lengua del primer hombre: Adán. Es que en este espacio originario del lenguaje
se alza una comunicación que como “un río ininterrumpido […] atraviesa toda la
naturaleza, desde el ínfimo existente hasta el hombre y desde el hombre hasta
Dios.”
Hija de esta lengua paradisíaca es ese libro liliputiense
que Lucas Condró y Pablo Messiez publicaron bajo el nombre Asymmetrical-Motion. Notas sobre pedagogía y movimiento. Que la
humildad del título no nos confunda. Se trata de un tratado de filosofía
primera y también de un poemario bellísimo y también de una danza sin fin y
también un manifiesto político. Es, como los grandes, un libro que abarca todos
los libros. Una contracción del infinito, un gesto. En los términos de Leibniz,
una mónada.
II. “Nombrar es aparecer”, recita esta prosa
versada que nos regalan Condró y Messiez. La insistencia repetida y sostenida
en y por el nombre, insistencia de colocar el nombre como una propiedad más de
la danza, es la exigencia que le clava en el pecho este libro a todo lector. Y
ahora, en la performance Las palabras y
los cuerpos, donde Pablo Messiez y Cristian Jensen recitan a viva voz los pasajes
del libro en la resonancia de una música ubicua, nombrar es inmediatamente
aparecer bailando.
La metafísica occidental divide el mundo en
esencia y apariencia, noúmeno y fenómeno. La aparición del nombre en el cuerpo
que nos donan los bailarines de esta experiencia escénica rompe con esa
división. Bailar acá es aparecer y ser esencial a la vez, bailar es la forma
que tiene el noúmeno para fenomenalizarse, para sobrevivir. Sin el baile no
habría nada porque lo esencial es aparecer bailando. “Solo podría creer en un
dios que supiese bailar”, dice Nietzsche, porque solo un Dios bailarín sería
real, cósico, fenomenal —en caso contrario solo sería pura mística, un
innombrable. El panteísmo, el verdadero panteísmo comienza cuando entendemos
que todo se encuentra en situación de baile, en posición de danza. Nombrar, entonces, es entroncarse con la
danza de las cosas, entender que Dios es la sustancia de todo y no una “persona”.
Dejarse penetrar por ellas, por las danzas que son las cosas. Entonces, ahora,
el lector devenido espectador de Las
palabras y los cuerpos, ve crecer en su propio pecho una danza. La danza
que Lucas Condró, Manuela Estigarribia, Matthieu Perpoint, Paula Reyes, Natalia
Tencer están sosteniendo en el espacio escénico. Porque ellos no la bailan, la
sostienen: como la lengua general de la que hablaba Benjamin, es algo que los atraviesa,
una danza paradisíaca. El espectador es bailado. Desde dentro. Y en ello reside
su revolución política. Porque solo el fascismo es in-bailable. Y también, el
instrumentalismo burgués.
III. Situación de baile, posiciones de los
cuerpos y las cosas. Uno podría suponer que bailar es también una forma más de
tomar posición. Pero no, bailar es mucho más complejo que tomar una posición
—física, moral, política. Lo que deja claro Las
palabras y los cuerpos es que bailar es la forma más precisa de convertir las posiciones en gestos. ¿Qué
significa esto? Que ahora las posiciones son en verdad movimientos, una cantera
de infinitos movimientos. Tomar una posición —física, moral, política— es
relativamente fácil, lo difícil es convertirla en un gesto y soportarlo. Giorgio Agamben escribe muy bien: “la característica
del gesto es que por medio de él no se produce ni se actúa, sino que se asume y
soporta.” Y lo que se asume y soporta no es otra cosa más que el movimiento,
aquel acto de potencia que, según Aristóteles, no tiene fin, es sin “telos”. “Todo movimiento genera
repercusiones”, responden Condró y Messiez desde los arrojos iniciales de su
libro, “El movimiento viaja.” Ser los rehenes de ese viaje es la forma que
tienen los cuerpos para gesticularse, para soportar el movimiento que acaece
—deshaciéndola— adentro de cualquier posición, de cualquier pose.
IV. Jacques Derrida, escribiendo sobre la
puesta en crisis radical para la dramaturgia clásica que implicó la feroz obra
de Antonin Artaud, se preguntaba y respondía a la vez: “¿Cómo funcionarán
entonces la palabra y la escritura? Volviéndose a hacer gestos.” Si bien para el argelino-francés, con esto se reiniciaría
una búsqueda interminable de un Habla anterior a las palabras de cuya veracidad
es posible dudar, hay una enseñanza posible según lo que hemos dicho. Una palabra
y una escritura hechas gestos serían una forma de escribir y hablar que hace de
sí mismas una repercusión de algo
mayor: una repercusión del
movimiento. Estamos aquí en presencia ya no de un “drama”, sino de una
escritura performática. Asymmetrical-motion
es una bellísima escritura escénica porque sus palabras son performáticas,
no dramáticas. Por eso puede hacerse performance, por eso puede presentarse
como Las palabras y los cuerpos, y
hacer con las palabras, pliegues en la espalda de cada cuerpo, pliegues en el
cuerpo de Matthieu, de Lucas, de Manuela, Paula y Natalia. Y agregamos entonces
a la lista: tenemos un tratado de filosofía, un poemario, un manifiesto
político y también un palabrerío performático. Todo eso en un libro y ahora en
una performance.
V. Pero el nombre también es un gesto: el gesto
de “acoger” y “soportar” lo innominado, el
cuerpo. El gesto de soportar el cuerpo. Pero no todo nombre da lo mismo,
hay formas y modos diversos de soportar lo innominado. Por ello, como dicen
Condró y Messiez, “nombrar distinto modifica el cuerpo.” Cada nombre tiene una
potencia ínsita que, lejos de producir un cuerpo determinado, lo acoge. “Blando”
acoge todo aquello que en estas manos cae y se deja caer, como si volaran sobre
el teclado. Pero, ¿cuál es el nombre del cuerpo per se? ¿El nombre del cuerpo en cuanto tal? Uno y todos: música.
En el nombre de los cuerpos siempre, pero siempre hay música. Por esta razón, en
la performance, la rítmica genial que el dj Andrés Schteingart arrojaba a la
escena, entendía y se calibraba a la perfección con el resto de los elementos
escénicos. Nombrar el cuerpo es encontrarle la música que lo gesticula, es hacerlo bailar. Por eso nombrar el
cuerpo es una tarea política: la de hacerlo bailable.
VI. Es lo paradisíaco, lo adánico. Es la danza
del primer hombre, el lenguaje del primer hombre: las palabras y los cuerpos. O
mejor, es la danza de todos los primeros hombres. Mejor todavía, es la danza en
la que todos los hombres vuelven a ser el primer hombre que baila. ¿No es esta
la mejor definición para una fiesta, una fiesta sin poses ni mensajes, una fiesta que descolocando el origen de su
pasado lo reinscribe en cada cuerpo viviente? Porque toda fiesta es, como la
moda, arcaica y novedosa a la vez: recupera el pasado pero para producir lo
nuevo. Porque toda fiesta es, como la noche, una persecución cargada sobre
nuestros hombros: no nos queda más que entregarnos y arrojarnos a su voracidad.
Y luego de haber escuchado a Pablo Messiez y a Cristian Jensen nombrar todo eso
que pasaba, un domingo a la tarde, todo eso que pasaba en la música de los
cuerpos, en el nombre de los cuerpos, y querer bailar, y ya bailar sentados,
bailar sin moverse porque en verdad adentro tuyo todo te baila, y estar felices
de escuchar un domingo a la tarde las voces, los nombres, las palabras, los
cuerpos, felices de entender un domingo a la tarde que para bailar hay que
entregarse al nombre que trabaja rítmicamente cada cuerpo, el cuerpo ese que se
te mueve porque te lo mueven desde todos lados, un domingo a la tarde, en tu
nombre y en tu cuerpo viendo crecer una fiesta indómita, un domingo a la tarde,
una fiesta extraña que recuerda el ritmo de todos los bailes y sentirte un
domingo a la tarde el primer hombre que baila, un Adán arrancado de su asiento
para meterse ahí donde todos se están metiendo y bailar y entender un domingo a
la tarde que bailar es una forma de hacer que todo importe, pero no tanto,
porque un domingo a la tarde en el nombre de tu cuerpo una música se mueve al ritmo
de tus ojos y de tu mirada que un domingo a la tarde se mira los pies y ve que
están bailando y que baila todo el domingo a la tarde sin entender por qué y
sin querer entenderlo, y pensar y decir y nombrar ¡aguante todo loco! Pero ¡aguante
todo de verdad! ¡Aguante todo eso que te pasa un domingo a la tarde! ¡Aguante
todo eso porque eso es un trozo de verdad, y calienta!