Manuel Ignacio Moyano
Uno: utopía no quiere decir un evento futuro y al que
se puede aspirar, idealmente, a llegar algún día. Simplemente quiere decir que
no hay tal lugar, que ese lugar, utópico, no tiene lugar. Del griego u-topos, significa
sin lugar. Bueno, así funcionan los chistes de Todo esto, no tienen lugar. O sea, no tiene el punch del remate, la
línea final, el gag típico del clown, el guiño al público. Se trata de un
estado general de chiste que habilita una risa que no sabe de qué se está
riendo, ni porqué, pero lo está haciendo.
Dos: esto hace que la obra, comenzada en un diálogo
situado en el inestable aquí y ahora de cualquier evento escénico, presente una
paradoja muy singular. Está sucediendo, aquí y ahora, pero al mismo tiempo no
tiene lugar, como si en verdad no estuviera sucediendo. O sea, la obra es
ambigua porque no sabe (y, como buena comedia, no deja saber, “si yo no sé de
qué hablo tampoco dejaré que otros sepan”, decía un artista cordobés) qué está
haciendo en el mismo momento que lo hace, ni dónde, ni cómo.
Tres: entonces la obra está y no está. Como el
jueguito para los bebés, taparse la cara, decirle acá no está, mostrar la cara,
acá está. En esa sencillez se abre un gesto fundacional para el cachorro
humano, que eso que está pasando, aquí y ahora, está y no está pasando. Se
llama lo inasible del instante, porque cuando lo queremos así, chau, no está. Se
trata de lo que solamente se puede señalar mostrando su ausencia.
Cuatro: esto, todo esto, esto mismo que está pasando
desde que las intérpretes entran a escena (una escena que desde su grado cero
ya involucra al público en una complicidad ineludible) se traslada al cuerpo.
El tono muscular, en esas coreografías que realizan como si dijéramos porque
sí, porque podrían no haberlas hecho, está atravesado por la sensación liviana
de algo que está y no está. De algo que se evapora. El lugar utópico que genera
un chiste sin remate, una sensación constante de chiste (y eso no significa que
las intérpretes se hagan las graciosas, todo lo contrario: no se hacen, dejan
ser a lo gracioso, como se deja ser a lo gaseoso. O sea, gracioso = gaseoso),
ese lugar imposible hace que todo parezca irreal, sobre todo los cuerpos. Como
que no se sabe porqué están ahí haciendo eso. Leí por ahí, en los paratextos de
la obra, que se trataba de “ficciones débiles”. Y es muy atinado, aclarando que
débiles porque suspendidas (o sea, lo que sus-pende es lo que quita peso). Es
que en la obra, performance, intervención, oloquesea,
se abre algo y lejos de ejercitarse en el gimnasio de las conclusiones, ese
algo se suspende. Como la diferencia entre el punto final y los puntos
suspensivos, así: . / … Bueno, eso atraviesa los cuerpos y los pone en estado de danza, un estado caracterizado
por ser aquel que no concluye el movimiento, sino que lo suspende, dejando que
eso suspendido siga en la memoria y en un seseo del aire.
Cinco, seis, siete, ocho: Y así va la obra, como un
pedazo de tiempo en estado puro, no porque no pase nada, sino porque lo que
pasa no se ancla en una narrativa, en una coreografía, en una idea del cuerpo,
el mundo, la política, etc., etc. Lo que pasa es el tiempo mismo, pero no como
segundos, minutos, horas sino como experiencia, como sensación, como la
experiencia de lo incontable. Y esto es posible porque en tanto no hay un
lugar, porque hay utopía, lo sin-lugar (¿o lo singular?), hay tiempo, pura y
exclusivamente tiempo sin esa representación espacial que hacemos de él como
una recta lineal para darle una ubicación en un lugar lineal así:
(acá principio) (acá una línea recta hacia la derecha) (acá final)
Uno de vuelta: entonces la obra no concluye, y no
comienza. Como que ya está ahí, en ese no-lugar que llamamos “la escena”.
No-lugar porque no está (¿dónde la podríamos encontrar desde que se puede dar
una escena tanto en la sala del teatro como en el baño de un hotel, en el tren,
así como en el calor húmedo del 64 un día de diciembre?). Entonces, la escena
es lo que está y no está. Hay un momento de la obra de gran riesgo escénico,
donde se asume, junto a un espectador del público, ese estar sin estar, sin
concluirse, un momento donde no pasa nada y en eso consiste todo –pero porque en verdad pasa todo, todo esto.
Y este es el mayor de los riesgos escénicos, porque arriesgar no significa
crear cuerpos de choque, sino de insistencia: cuerpos que están ahí donde no se
puede estar porque no hay lugar, porque el lugar no está ahí. Insistir sin
juzgar, aclarar, dar respuestas. Solamente insistir.
Diez: entonces la obra es atmosférica, una nube que te
envuelve y después te deja ir, sin tanta turbulencia, sin creerse tan
importante. El chiste, ¿y el chiste? ¿Dónde estuvo el chiste? En cualquier
lugar, en cualquier momento. Una ñoñada para terminar. Escribe por ahí Borges
un hermoso chiste que le viene bien a esta obra: “Si el espacio es infinito
estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en
cualquier punto del tiempo.”