sábado, 2 de diciembre de 2017

Bailar hasta hacerse texto / Algunas reflexiones en torno a “Mover la lengua + Fecha 5” (propuesta de Martina Kogan)

por Manuel Ignacio Moyano



Estrella, la Maestra de Ceremonias del ciclo “Mover la lengua + Fecha 5”, se plantó en medio de la escena y comenzó diciendo con su tono de jocosa seriedad: “Lo que más me gusta no es actuar.” Alguien que llegó tarde, forzando el portón de calle e ingresando, interrumpió su momento. La presentadora retomó el hilo de su presentación con una mirada lacerante ante la retardada e insistió: “Lo que más me gusta no es que la gente llegue tarde. (Risas) Lo que más me gusta es bailar.” Me dejó pensando ahí mismo. “Lo que más me gusta es bailar.”
La gente sale a bailar, la gente baila, tus ojos en este momento bailan. Pero también hay gente que no baila, que está al costado. Esperando u observando. Me gusta pensar que esa gente también está bailando, sin que nadie lo sepa. Recuerdo una fiesta de cuando era muy chico, entrando a la adolescencia, había un pibe bastante tímido, lleno de granos y con todo el pelo peinado para adelante, tapándole casi toda la cara. Recuerdo que sus ojos ni se veían, entre el pelo y las cejas se armaba un fondo oscuro que no dejaba ver. Obviamente era el freak de la fiesta, todos los miraban, los de siempre (que eran mis amigos del secundario) lo burlaban. Era una fiesta de chetitos. Era la época en la que se escuchaban “marchas electrónicas” y algo de cumbia o cuarteto. El pibe, me acuerdo como si fuera ayer, estaba apoyado en una columna de la galería en la que casi todos bailaban o charlaban. Estaba absolutamente solo y quieto. Tan pero tan quieto que no pude dejar de mirarlo ni un momento, tan quieto que una y otra vez la gente lo miraba. Tenía la escapula izquierda apoyada contra la columna blanca, la pierna izquierda estirada, la derecha flexionada cruzando por delante la izquierda, el torso levemente curvado hacia adelante y un vaso en el brazo derecho, también flexionado con su mano apoyada en la boca del estómago. Nunca tomó ni un trago. Solo miraba y era mirado por todos. Nunca cambió de posición, nunca habló con nadie, solamente miraba cómo los otros bailábamos y nos relacionábamos. Era un imán. Todavía lo recuerdo. Era imposible que pasara desapercibido, imposible. Capaz haya sido uno de los mejores bailarines que vi en mi vida. Tal vez porque era el único que se movía de otra forma, o porque era el único que realmente hacía lo que hay que hacer para bailar: observar. Pero creo que había algo más, algo más que le daba todo su misterio, en su no-movimiento, en su conservar la misma posición, en su estar ahí sin otra cosa más que estar ahí se armaba, sí, se armaba un verdadero lenguaje. Ese cuerpo decía muchísimo.
No sé bien porqué recuerdo esto, pero tal vez  porque creo que bailar es también una forma de decir. Aunque un decir que dice siempre lo mismo. ¿Qué? Un cuerpo, el cuerpo. Creo que bailar, como el pibe con su performance inmóvil en la fiesta cheta, es una forma de decir no solo con el cuerpo sino de decir al cuerpo mismo. Saltar, rolar, rotar, flexionar, ritmarse, caerse, dejarse caer, fluir, percibir, girar, tocar, dejarse tocar, chocar, golpear, respirar, romper y curvar los esquemas de las coordenadas arriba-abajo/izquierda-derecha, torcer, retorcer, gritar, callar, llorar, reír, mirar, dejarse mirar, así como todo ese infinito en constante recomienzo que hacen al cuerpo que baila son formas de decir con el cuerpo, sí, pero un decir que no dice otra cosa más que al cuerpo mismo. La danza es el texto del cuerpo, es la forma en la que el cuerpo se escribe, la forma en que el cuerpo se coreo-grafía (de “choros”, baile y de “grafos”, escritura). Por esto no creo que bailar sea decir algo más allá del cuerpo y no les creo a los que bailan para decir otra cosa. Bailar es decir al cuerpo. El pibe ese, absolutamente quieto y callado, decía al cuerpo mismo. Insisto: bailar, decir al cuerpo y nada más.
Pero si bailar ya es un lenguaje, ¿qué pasa con las palabras en sí? ¿Y qué pasa con la relación cuerpo/palabra, esa relación que a esta altura de las experimentaciones escénicas no puede ser más “dramatúrgica”? Lo primero que habría que decir es que toda palabra es ya un cuerpo. La palabra es un cuerpo. Y como todo cuerpo, toca. Por eso me interesa muchísimo la propuesta “Mover la lengua”, organizada por Martina Kogan y un gran equipo en el teatro del perro. Me interesa porque se juega en el límite de dos tipos de lenguajes y de dos tipos de cuerpos: el cuerpo físico y el cuerpo de las palabras, el lenguaje corporal y el lenguaje de las palabras. Límite donde todo se trans-grede, obviamente. En la primera ronda de estos encuentros, la del 28 de noviembre, Laura Friedman y Nelson Barrios bailaron una serie de diversos textos (poesías, relatos de fútbol, discursos o reflexiones) proyectados en off y algo editados al punto de rozar cierta musicalidad, pero sin hacerse “música” (en sentido tradicional). Lo que los performes hacían en escena, en un estadio absolutamente experimental, entrando y saliendo alternadamente, era moverse en la resonancia de la proyección de esos textos. Bailaban textos,  literalmente, así como suena la ambigüedad de la afirmación: bailaban textos. ¿Quiénes bailaban? Los performers y también los textos, y ambos se dejaban tocar, se hacían movimiento, tiempo, transpiración. Se producía una especie de dúo entre la voz en off hablando y el cuerpo de los performers bailando. Bailar-hablar, el baile era el texto y el texto era el baile. El cruce estaba todo el tiempo produciéndose al punto de que algo nuevo empezaba a nacer, algo que me parece lo más importante para indagar hoy en el marco de las prácticas escénicas: ya no un cuerpo bailando un texto, o un texto diciéndose en un cuerpo, sino, así de una, un cuerpo-textual. Ese cuerpo-textual es el que después de las presentaciones, mediadas por la intervención de la Maestra de Ceremonias doña Estrella de la Noche, se extrema en la obra “Fecha 5” (ideada e interpretada por Martina Kogan y dirigida por Lucía Disalvo). Allí lo que se hace es proyectar un relato de fútbol (un Boca-Independiente de hace algunos años, con muchos goles), también editado e intervenido sonoramente, a partir del cual Martina elabora todo un sistema de movimientos y resonancias físicas desde el relato y su vociferación. Pero, como dijimos antes, el cuerpo es ya un lenguaje, uno que se dice solo bailando. Y las palabras también son cuerpos (por eso para leerlas hay que mover los ojos, la lengua para decirlas, las manos para escribirlas, la disposición corporal para escucharlas). Entonces, cuando hay de fondo un texto, uno tan particular como un relato de fútbol, se empieza a gestar algo raro, algo como un lenguaje doble, un lenguaje al cuadrado, uno de cuerpo y palabras, un lenguaje que coagula el lenguaje del cuerpo y el cuerpo de las palabras.
Escribe Jean-Luc Nancy en algún lado: “Siempre tenemos el cuerpo agitado por algunas rimas y algunos ritmos, por palabras golpeadas, entrecortadas, escandidas, sacudidas como si fueran ellas mismas la piel del tambor, y que es mi propia piel, que es la propia piel de quien habla, tendida para resonar, y su vientre y sus nervios, bajo los golpes de las palabras que golpean firme, que remueven, que agitan, ellas mismas palmas o baquetas, palabras que son absolutamente las cosas y los choques, cantando, bailando, meneando toda la máquina de disfrutar y gemir, y vociferar, soporte de su voz.” No hay texto por un lado y cuerpo por el otro, no hay piel separada de las palabras. Siempre tenemos palabras en el cuerpo, resonándonos. Y cada palabra es un cuerpo, sí, esta PALABRA es un par de manos tecleando, es un par de ojos mirando, esta PALABRA está acá, al frente mío, bailando sobre los píxeles de mi monitor, pero esta PALABRA está también ahí, al frente tuyo, bailando y haciéndote escuchar este par de manos, este teclado, este ritmo que no es mi cuerpo ni el tuyo, sino el del texto, el texto, este texto donde ahora vos y yo estamos bailando, donde tus pupilas se están moviendo, donde mis dedos caen en tus ojos, este texto que los dos estamos escuchando, observando, este texto baila y nos hace bailar, juntos, a pesar de las distancias y de los des-tiempos.

El ciclo y la experimentación que ofrece “Mover la lengua” apuntan a ese lugar donde el cuerpo y el texto se mezclan en un solo baile. Ahí hay que seguir indagando y moviendo la lengua.

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