Posturas*
por Giorgio Agamben
*Traducción
de Manuel Ignacio Moyano, 2016,
para el blog http://escriturasescenicas.blogspot.com.ar/
["Posture",
postfascio a Deleuze, Gilles. L’esausto,
a cura di Ginevra Bompiani, Roma, Nottetempo, 2015.]
Nacht und Träume de Samuel Beckett.
Obra para televisión de 1982.
En los últimos años
de la guerra, mientras estaba internado en un campo de prisioneros, Emmanuel
Lévinas comienza a escribir lo que será su primer libro, De la existencia al existente, publicado en 1947. No es fácil medir
la novedad y el singular, casi feroz tratamiento que recibe allí la ontología
de su maestro de Friburgo, Martin Heidegger. El ser no es más un concepto, es
una experiencia sórdida y crepuscular, que se alcanza entre el sueño y la
vigilia, en los estados de fatiga e insomnio, en la necesidad y la náusea —y,
sobretodo, en las posturas e imposturas del cuerpo. En el cansancio, en el cual
la conciencia parece relajarse y casi cancelar su suscripción a la existencia, en
realidad también el ser aparece, en un retardo evasivo respecto a sí mismo y
como una íntima dislocación. Se ha descoordinado y removido y por lo tanto se
me escapa y no alcanzo a aferrarlo: pero lo “hay”. Por ello la fatiga busca
reposo en el sueño sin encontrarlo, y se desliza, no obstante, en el insomnio, cuando
se vela sin que haya nada por velar más que el hecho brutal de ser-ahí.[1]
“La vigilia es anónima.
En el insomnio no soy quien vela la noche, es la noche misma que vela.” El ser
no es aquí don, luz, anuncio, apertura: es una presencia repugnante a la cual
estoy, sin embargo, irremediablemente asignado, algo que no puedo asumir más
que abandonándome en una postura que es también ya siempre impostura. Este estarme
constreñido sobre la cama, este mí (no-mío) coincidir integralmente y sin
reservas con mi yacimiento, este mí (no-mío) ser nada más que insomne postura:
amurado, inclinado, supino, sobre un lado con las piernas fetalmente contraídas
—esto y no otra cosa es el ser. Porque es inasumible, puedo solo adosármelo;
porque es imposible o mejor brutalmente posible, no puedo decirlo, sino solo
yacerlo (“coricare” [acostar, meter en la cama] deriva etimológicamente de “colocar”).
En El agotado[2],
Gilles Deleuze, aunque sin dar su nombre, busca ir más allá de la fenomenología
puntillosamente descripta por Lévinas. Y lo hace, según la precisa intuición de
Ginevra Bompiani, no tanto buscando “de dar cuerpo al pensamiento, sino dar
pensamiento al cuerpo, de exponer un cuerpo que lleve impreso el pensamiento en
su misma postura.” Esto es, no solo resolviendo, como Lévinas, la ontología, la
doctrina del ser, en una doctrina de las posturas, sino buscando una postura
que en el careo finito con el ser, agote la posibilidad hasta el fin. El agotado —como los films para la
televisión de Beckett que comenta— no se agota de pronunciar esta única
pregunta: “¿Cómo se agota una posibilidad, y qué es una posibilidad agotada?”
Se trata, para
Deleuze, de hacer las cuentas con Heidegger, una de sus dos bestias negras en
filosofía (“Yo soy el único filósofo francés”, amaba repetir, “que jamás ha
sido ni heideggeriano ni marxista”). Él sabía, de hecho, que el primero en
haber puesto el ser en una postura había sido el propio Heidegger, cuya
analítica del ser se abre con la célebre constatación de un implacable yacer: “La esencia del ser-ahí yace [liegt] en la existencia”. El ser-ahí ha
sido “arrojado” en el mundo, pero se podría decir que, una vez arrojado, no cae
de pie, sino acostado (liegen significa
sobretodo “sestar acostado”). En Heidegger, sin embargo, este reposar del ser
en la existencia se traduce inmediatamente en un primado de la posibilidad. Que
la esencia yazca, esté distendida en la existencia significa que el mundo se
abre para el hombre como posibilidad, que todo se le presenta como un posible
modo de ser al cual está desde siempre consignado. En cuanto yace
—presumiblemente despierto y supino (Heidegger no parece hacer mucho caso al
sueño)— en la existencia, el ser-ahí está inexorablemente consignado a la
posibilidad: yacer es poder. Si al estar acostado del ser corresponde en este
sentido un primado de la posibilidad, ocurrirá entonces imaginar una postura
que agote integralmente y sin reservas toda posibilidad. Es decir, distinguir
qué cosa se puede todavía hacer cuando todo ha devenido imposible y qué cosa
hay también para decir cuando hablar ya no es más posible.
Esta
postura es el estar sentado. Deleuze critica —siempre sin nombrar al autor— las
tesis de Lévinas sobre el cansancio y sobre su nexo íntimo con el yacer. El
cansado parece no disponer de ninguna posibilidad nueva, aunque, en verdad, él
ha simplemente agotado la capacidad de poner en acto la posibilidad, no la
posibilidad en cuanto tal. El agotado, en cambio, “agota todo el posible. […] Pone
fin a lo posible, más allá de todo cansancio, ‘para continuar finalizando’”. Por
ello no se le suma el estar acostado: “Acostarse jamás es el final, la última
palabra, es la penúltima, y no es menor el peligro de estar lo bastante fresco
para, aunque no levantarse, sí al menos darse la vuelta o arrastrarse.” El
agotado, como en Nacht und Traüme,
resta sentado sobre la mesa, con la cabeza inclinada y apoyada sobre las manos,
“manos apoyadas sobre la mesa, la cabeza apoyada sobre las manos”.
¿Qué
significa, entonces, sentarse? Aquí el lenguaje viene oportunamente como
socorro pare el pensamiento. En las lenguas indoeuropeas, el estar sentado está
asociado a la idea de inoperosidad, de suspensión de toda actividad. Del latín sedeo derivan, así, desidia y desidiosus, que
significan la inercia, el quedarse sentado sin hacer nada, y sedare, que significa hacer cesar, poner
fin a una ocupación o movimiento. Por ello, en el Nuevo Testamente, Cristo se
sienta a la derecha del Padre solo cuando cumplimentado la economía de la
salvación (“…habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio
de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” —Hebreos 1, 3). Cuando es representado en
acto de gobernar el mundo, como Pantocrator,
Cristo es en cambio representado de pie. Lo mismo vale para el poder profano:
en el momento en cual se sienta sobre el trono, el rey está inactivo, inmóvil
efigie de la gloria y no del gobierno (con una característica inversión, en
nuestro mundo, en el cual todo ha sido invertido, el trabajo está ligado en
cambio al estar sentado delante de una pantalla).
El
estar sentado es la cifra del agotamiento de toda acción posible, la postura
del agotado que ha logrado desalojar al ser de su demora en la posibilidad. Por
ello una figura del agotado es, en Delezue, el estudio. Como el estudiante en
Kafka o en Melville, “que se sienta en una cámara curva muy baja, con los codos
sobre las rodillas y la frente entre las manos”, quien estudia no intenta
concluir nada. Como el talmudista (talmud
significa “estudio”) explica y revisita las prescripciones de la Torah
hasta hacerlas inaplicables, así también el estudioso revuelve y dilapida sus
posibilidades de investigación una tras otra, infinitamente. El estudio ha
agotado toda posible realización, porque es en sí mismo interminable e
inagotable.
¿Cómo
pensar, entonces, una posibilidad agotada? No se trata de ningún modo de una
posibilidad que haya sido integralmente realizada en el acto y de la cual no
queda más nada. Una condición semejante define más bien, lo hemos visto, la
condición del cansado, de quien se abandona acostado a su cansancio.
Verdaderamente agotado es solo aquella posibilidad que se ha llevado como tal en el acto y por ello no posee
más alguna posibilidad de ser puesta en acto y realizada. Es una posibilidad que
no precede al acto para agotarse en él, sino que lo supera y perdura más allá
de él.
Es
posible que en sus incansables y extravagantes lecturas, Deleuze haya
entrevisto los tratados de aquellos lógicos medievales que pensaron de modo
radicalmente nuevo la relación entre la potencia y el acto, la posibilidad y su
realización. Uno de ellos es Roberto Grossatesta, el genial autor de aquel tratado
llamado De luce que había ejercitado
una incurable influencia sobre Dante. Un primer modo —escribe— en el cual
podemos imaginar el cumplimiento (perfectio)
de aquello que está en potencia en el acto es cuando esto deja de estar en
potencia para devenir un acto perfecto. Pero hay otro modo —a sus ojos mucho
más interesante— en el cual la perfección, adviniendo, conserva lo posible en
su imperfección (Salvat ipsum in
imperfecitone). Por ejemplo algo que puede devenir blanco (albisibilis, “blanquable”): según el
primer modo, esta posibilidad se realiza y cumple en la blancura (albedo), de modo que el objeto ya no es
más blanqueable, sino solo y definitivamente blanco (album). En el segundo caso, en cambio, la perfección de lo blanqueable
se salva en el acto como blanqueable en cuanto tal. No puede sorprender que,
como ejemplo de esta posibilidad que se conserva como tal en el acto, Alberto
Magno mencione el mimo y la danza: “La evolución circular [volutatio] que cumplen los mimos es la perfección de lo voluble [volubilis significa: ‘que gira’] en
cuanto ellos son volubles y la danza de las mujeres que bailan es el
cumplimiento de su ser hábiles para la danza y de su potencia de tripudiar y
danzar en cuanto potencia [perfectio
earum saltabilium sive potentium tripudiare et choreizare scundum quod in
potentia sunt]”.
Es
evidente aquí que la oposición potencia/acto, posible/real ha sido
neutralizada, que, como la obstinada honestidad del estudiante, también la
danza de la bailarina presenta una figura del ser que ha agotado verdaderamente
tanto sus posibilidad como sus realizaciones. Y, con ellas, también sus
posturas —o imposturas. La figura última del ser no es la postura, sino el
gesto. Éste no pone ni impone nada —expone solamente. Como en los films de
Beckett, en el incesante ir y venir de Quad
o en el soñador sentado de Nacht und
Traüme, la postura se aleja y disuelve en un gesto. Y como, en el gesto del
danzador, lo danzable no deviene jamás algo danzado, así, en el gesto del
viviente, lo vivible no deviene jamás algo vivido, sino que resta vivible en el
acto mismo de vivir.
Extraído de: http://www.doppiozero.com/materiali/deleuze/posture
[1] El autor utiliza
la expresión “esserci”, propia de la traducción corriente en el italiano del Dasein heideggeriano. Por esta razón,
empleamos aquí “ser-ahí”, que es la traducción corriente del español para esta
figura heideggeriana. [N. del T.]
[2] El texto de
Deleuze al que se refiere Agamben se titula L’Épuisé
y fue publicado en 1992 por Lés Éditions de Minuit como postfacio a cuatro
obras para televisión de Samuel Beckett. En dicho texto, Deleuze emplea el
participio épuisé como un sustantivo l’épuisé. En la edición italiana, Bompiani
y Agamben traducen al italiano por L’Esausto,
que en castellano encontraría su equivalente más justo en “El exhausto”. Sin embargo, traducimos
aquí L’Épuisé por El agotado ya que este término permite
asumir la condición de participio y sustantivo que Deleuze le endilga al mismo,
asunción que el adjetivo “exhausto” no permite. [N. del T.]
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