lunes, 28 de marzo de 2016

Inside
Sobre Un animal dentro de un animal

por Manuel Ignacio Moyano



La primera condición para el ejercicio escénico es una fidelidad sin condiciones a sí mismo. Una gimnasia sincera vuelta sobre sí, sobre las apuestas y las pretensiones que la mueven pero también sobre los límites que se impone. Es que una escena que conoce sus propios límites es una escena precisa, rigurosa y fundamentalmente intensa. Quizás “precisa”, “rigurosa” e “intensa” sean las mejores adjetivaciones para pensar esta pequeña perla de la danza-teatro, Un animal dentro de un animal, dirigida por María José Guzmán y escenificada por Ana Linder y Erika Lipcen. Ahora bien, ¿cuál es este límite que rige la obra en cuestión?
Demos algunas aproximaciones. La obra trabaja el cuerpo de quienes aparecen en el espacio escénico de una forma muy especial y, sin embargo, atacando la tradición escénica de Occidente: no aparecen personajes, aparecen creaturas. No hay “personas” (del griego prósopon, literalmente “máscara”), no hay “personificaciones”, no hay “personalidades”. Hay, en cambio, cuerpos en danza, esto es, creaturas. Por lo tanto, no se desarrolla una coreografía de identidades escénicas sino de singularidades. Y en este pequeño pero decisivo paso de la identidad a la singularidad se calibra la apuesta de la pieza. Lo que danza y se abre en el escenario no es una identidad sino una singularidad y esto tiene un efecto bien concreto en todos los cuerpos que aparecen en el espacio escénico –los de las performers, pero también los de la música, los de la luz, los de los objetos y los de todos quienes habitan dentro de esas paredes. Cuerpos singularísimos que empiezan a habitarse unos en otros, que empiezan a amontonarse. Y  lo más importante es que esa singularidad no antecede al contacto entre ellos, sino que surge de ahí mismo. Entonces, se trata de creaturas que se singularizan en la vecindad masiva de los cuerpos. Pero este contacto no se verifica sólo en las presencias, en el efectivo tocarse de un cuerpo al otro (¿pero quién toca a quién? ¿no se toca un cuerpo a sí mismo en el tocar otro cuerpo? ¿no siente una mano su propia contextura en el acariciar otra mano?), sino también en las ausencias. Es que esos cuerpos devueltos a su condición creatural –animal– registran en su piel la presencia de las ausencias, la presencia de quienes no están. Y ese registro motoriza el movimiento.
Sin embargo, esta pieza produce algo más que creaturas movidas por el contacto entre ellas y las ausencias, un algo más que se revela “profundo”. Produce un interior, un inside. Por esta razón la escena adquiere hondura y se nos presenta en capas, esto es, rompe la frontalidad visual y sonora para adquirir una densidad compleja que le permite crear una atmósfera y no sólo un cuadro. La música punzante, producida en vivo por Mariano Gentile, alimenta esta atmósfera sobre la cual se acomodan las luces. Pero, ¿qué significa producir un interior? Pues que rige la lógica del refugio, de la huida para atrás. Y la belleza tiene que ver con esto, con producir una estancia cuya habitabilidad está dada por una huida hacia el fondo. Es una escena que huye tras de sí, en una animalidad siempre inasible. Por lo tanto, Un animal dentro de un animal se encuentra atrás de lo que allí se ve y se oye. Y ese “atrás” es la casa de las ninfas: el bosque, las montañas, los ríos escondidos. Entonces, cuando uno mira adentro, cuando uno quiere escuchar la llamada de la profundo, cuando uno quiere guarecerse del exterior en un refugio íntimo encuentra siempre un bosque, montañas inmensas y ríos helados y entre ellos el ruido lejano de las ninfas.

La teología cristiana divide el mundo de los muertos entre quienes se hallan en el paraíso, en el purgatorio y en el infierno. Todos ellos son juzgados por Dios y declarados culpables o inocentes. Así, los hombres que mueren son enviados a cada una de estas instituciones de acuerdo al juicio divino. Pero la misma teología añade el limbo para aquellos a quienes Dios no juzga porque jamás han llegado a conocerlo. En el limbo habitan las creaturas y los cuerpos de Un animal… Su límite, entonces, será el límite de los olvidados por Dios, el límite del limbo. Ser fiel a este límite es la premisa que desarrolla la obra.  

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